lunes, 2 de febrero de 2009

¿Es usted envidioso/a?

LA ENVIDIA

“La envidia es algo terrible y perjudicial para quienes envidian, no para los envidiados. Daña, sobre todo, a aquéllos y los destruye como un veneno destilado en su alma”.
San Juan Crisóstomo

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? ¿Cuando alguien le habla de algún logro, tiende a hablar de usted, incluso a mentir? ¿Se considera una persona envidiosa? ¿Sabe qué es la envidia?

La palabra envidia procede del vocablo latino 'invidere', que significa "mirar con malos ojos". Hay quien le llama mirada torcida. El Diccionario de la Real Academia dice de la envidia que es "la tristeza o pesar del bien ajeno".

El propio Homero encarnó ya, en Tersites, al envidioso de los tiempos heroicos. Shakespeare trazó una silueta definitiva en su Yago feroz, capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. El envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión y desprecio. Sin coraje para ser asesino, se resigna a ser vil. Rebaja a los otros desesperado por la propia elevación.

La envidia, como el amor y los celos, es también un tema central en la literatura clásica y en las fábulas de Esopo, Samaniego, Iriarte y La Fontaine, cuyas moralejas permiten comprender mejor las causas de este mal y sus consecuencias funestas. Asimismo, en los cuentos de hadas, que tienen su origen en la tradición oral y la memoria colectiva, encontramos a personajes revestidos con los atributos de la envidia, unas veces como simples alegorías; y, otras, como lecciones arrancadas de la vida.

En el mundo bíblico, por ejemplo, la envidia está representada por la disputa habida entre Abel y Caín; un hecho del que resulta la expresión popular: “La furia de Caín”, para designar las malas intenciones de una persona envidiosa o cruel. Otro caso parecido encontramos en el mito de fundación de Roma, en el que Rómulo, impulsado por la ciega ambición y la envidia, mata a su hermano mellizo Remo.
El mundo antiguo conocía muchos caracteres de la envidia como pasión íntima. Entre los griegos es representada como una mujer con la cabeza erizada de serpientes y la mirada torcida y sombría. La cabeza coronada de serpientes era símbolo de sus perversas ideas; en cada mano llevaba un reptil: uno que inoculaba el veneno a la gente; otro que se mordía la cola, simbolizando con ello el daño que el envidioso se hace a sí mismo.

La filosofía clásica encontró fenomenológicamente al menos seis características en el «envidioso».

Al «envidioso» le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás. Él ve los bienes del otro, pero no las dificultades inherentes a su conducta, ni las privaciones y desventajas que ha tenido que superar para conseguirlos.

El envidioso es una persona próxima al envidiado. La gran desigualdad provoca admiración, mientras que la desigualdad mínima provoca envidia.

Lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro. Dirige un odio mucho más profundo a la persona que tiene el bien. No pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también.

Cuanto más favores, atenciones o regalos haga el envidiado al envidioso, más fuerte será en éste el deseo de eliminar a aquél.

El envidioso dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo.

El envidioso nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa de la fortuna del otro, logra apagar su envidia. Por eso, si la envidia fuese fiebre, todo el mundo habría muerto, dice el refrán.

El filósofo griego Aristóteles la definía como "el dolor por la buena fortuna de los otros". También es considerada como uno de los siete pecados capitales en la tradición cristiana, lo que ha provocado que en nuestra cultura haya tenido siempre connotaciones muy negativas.

Unamuno ha dejado una magnífica descripción de los sentimientos revueltos y revoltosos de un hombre atormentado por la envidia. En su novela Abel Sánchez, escribe Joaquín en su Confesión: “Pasé una noche horrible, volviéndome a un lado y otro de la cama, mordiendo a ratos la almohada, levantándome a beber agua del jarro del lavabo. Tuve fiebre. A ratos me amodorraba en sueños acerbos. Pensaba matarles y urdía mentalmente, como si se tratase de un drama o de una novela que iba componiendo, los detalles de mi sangrienta venganza, y tramaba diálogos con ellos. Parecíame que Helena había querido afrentarme y nada más, que había enamorado a Abel por menosprecio a mí, pero que no podía, montón de carne al espejo, querer a nadie. Ya la deseaba más que nunca y con más furia que nunca…”

En boca de Don Quijote, "Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no tal, sino disgusto, rencores y rabias".

El envidioso se pregunta muchas veces ¿por qué él y no yo? No acepta el triunfo ajeno, sobre todo, cuando sabe que la persona envidiada es alguien que un día no tuvo nada. Aquellos que dicen nunca haber padecido envidia están presos de su ceguera. La persona envidiosa no suele reconocer su envidia. Casi todos la hemos sentido en alguna ocasión, es una reacción que en principio no tiene por qué ser mala cuando se trata de admiración o comparación porque nos ayuda a mejorar y a superarnos. El objeto de la envidia no tiene por qué ser una persona concreta, también puede ser un "ideal" que se nos ofrece como modelo a imitar y que se le reviste de valía. El problema surge cuando la envidia se transforma en un trastorno u obsesión, ya que impide sentir alegría y mostrar satisfacción por los éxitos ajenos.

A comienzos del siglo dieciséis, Fray Antonio de Guevara se pronunció así: "Si hay algún hombre que sea bueno, es envidiado, y si es malo es envidioso.
Así que con el vicio nacional de la envidia, o la perseguimos o somos por ella perseguidos".

Los envidiosos, para procurar la caída de su rival: difaman, insultan, acusan y, lo que es peor, cuando ya no les queda más argumentos para hablar en contra, transforman la mentira en verdad. ¡Ojo!, el envidioso se disfraza casi siempre de amigo, para causar un daño en el momento menos esperado. De ahí que cuando se aparece un envidioso, lo mejor es avanzar con los oídos tapados y los ojos bien abiertos, para no escuchar los falsos cantos de sirena ni caer en las trampas que va dejando a cada paso.

Sabemos que la agresividad es constitutiva, de ella sólo nos llegan sus efectos. La posición del envidioso y del envidiado da cuenta de ese primer desgarramiento que sufre el sujeto en donde siente su imagen frente al espejo como otro que lo divide, lo desgarra para siempre. El otro es su imagen, es el conflicto del sujeto consigo mismo. La envidia es pura mirada sin correspondencia. El envidioso quiere destruir al otro, hacer que no exista. La envidia, por lo tanto, está emparentada con los celos y el odio. No se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor del bien. Una creencia convencionalmente aceptada es que se desean objetos, que hay objetos amados. Sin embargo, el psicoanálisis nos muestra que el deseo no desea objetos, sino que desea deseos.

La envidia es el afecto de las mil caras, es decir, se puede esconder tras el rostro más angelical y la actitud más servicial. Sin embargo, la envidia puede llevar a un trabajador o a un empresario a romper aquello que le hace sentirla, porque la envidia no permite o no tolera que el otro tenga algo que yo no tengo. Y para no sentir esa carencia, un envidioso es capaz de producir su despido o hundir su empresa con tal de ver caer al objeto de su envidia.

La forma más conflictiva de envidia es aquélla que se dirige hacia las personas que uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos. “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos” Por un lado, causa pena la triste situación del amigo; por otro, resulta casi espontáneo conducir los sentimientos placenteros por el sendero de la burla. La envidia se tapa la cara con la risa burlona, aunque el alma se duele. La envidia se siente frente a los iguales o semejantes, en la medida en que se van alejando de nosotros. Dicho con otras palabras, difícilmente se experimenta la envidia con los superiores. envidiamos a quienes nos son próximos en el tiempo, lugar, edad y fama.

La vida de una persona envidiosa no gira sobre su propia realidad, sino sobre lo que desearía, sobre lo que no tiene, sobre lo que le falta. La insatisfacción y el vacío es un continuo que le impide gozar de su vida real. La tristeza y el pesimismo le privan de la espontaneidad y la alegría. No sabe reírse con otras personas ni de sí mismo. Sólo lo hace con mofa y desprecio hacia los otros.

Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad, porque aquel que envidia no sólo sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
Freud hizo la siguiente reflexión: "Quien posee algo precioso, pero perecedero, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que habría sentido en lugar del prójimo”. Pueden hacernos sentir envidiosos numerosas cualidades de otras personas: su talento, su juventud, su renombre, su belleza, sus posesiones y hasta su virtud.

La envidia revela una deficiencia de la persona que la experimenta. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. La tristeza del envidioso no está provocada por una pérdida, sino por un fracaso, por no haber conseguido. La envidia está muy relacionada con los celos, pero éstos implican una relación triangular –sujeto, objeto y rival-, mientras que la envidia es dual”. La diferencia entre celos y envidia es que la envidia nace cuando me doy cuenta de que no tengo lo que el otro tiene, pero, y esto es esencial, no quiero para mí lo del otro, sino que quiero que el otro no lo tenga, es decir que deje de tener.
Es difícil descubrir al envidioso pues a veces se esconde a través de una apariencia amable, acogedora y simpática y otras se camufla en conductas de excesivo respeto, o excesiva admiración, el envidioso se "alegra de los fracasos ajenos", "sufre con los éxitos ajenos", pero desaprovecha tanta energía que no es capaz de alcanzar sus propios objetivos.

La familia es un buen ejemplo de un lugar donde abunda la envidia. ¿Quién no conoce alguna familia donde los hermanos están enfrentados porque uno considera que ha sido ninguneado con respecto a lo que se le ha dado al otro? En el mundo del deporte también es célebre la envidia entre estrellas del mismo equipo. Esta situación suele terminar con uno de los jugadores cambiando de aires. Para finalizar, mi contexto preferido para detectar la envidia: el contexto laboral. Normalmente trabajamos con desconocidos. No hemos elegido a nuestros compañeros de trabajo y, por tanto, no es descabellado que surjan conflictos entre personas que son muy distintas a nosotros.
La conocida como "envidia sana" no existe. Es un sentimiento que debe ser aceptado como uno más de los que sentimos. La preocupación llega cuando ese sentimiento posee al individuo. La envidia puede ser considerada como una forma de admiración que puede ser útil. "Esto implica el deseo de tener aquello que posee el otro, pero no es necesariamente un sentimiento malo; puede servir como un impulso para superarse y seguir adelante en la dirección de lo deseado". Observar a otras personas como modelos de uno mismo y tratar de imitarles puede ser una respuesta sana y positiva.
Parece estar de moda el catastrofismo: se comentan más los dolores que las alegrías; porque tal vez la audiencia de la queja provoque menos envidias, que la manifestación de las alegrías. Tal vez debamos reconocer todos la parte que nos toca como envidiosos y, tal vez como envidiados. Cuidarnos de uno mismo y de los otros. De la envidia autodestructiva y de los envidiosos que, en lugar de ayudarnos, pondrán piedras en nuestro camino. Solos no podemos vivir, pero hay que saber elegir a los que nos acompañen en el trecho de la vida.

1 comentario:

Poeta Carlos Gargallo dijo...

Hola, soy Carlos, he llegado a tu blog, y he decidido quedarme, me apasiona la poesía, pero al mismo tiempo, me encanta la psicología. Un abrazo.