jueves, 13 de mayo de 2010

¿Limita la cultura nuestra capacidad de ser felices?

EL MALESTAR EN LA CULTURA
Charla impartida en Ámbito Cultural de El Corte Inglés el 12-5-10
por Helena Trujillo, psicoanalista

Somos rápidos a la hora de emitir juicios y opiniones, pero nos olvidamos muchas veces de tener en cuenta la variedad del mundo humano y de su vida anímica.
Tendemos a exigir y esperar de los demás determinados comportamientos, formas de pensar equivalentes a las nuestras, la propia cultura ejerce semejante generalización y no tiene en cuenta la diversidad de disposiciones.
Creemos conocernos a nosotros mismos, saber cómo pensamos, qué esperamos del amor, del trabajo, qué felicidad anhelamos. Pero lo cierto es que muchas veces más nos valdría desconocernos un poco, porque ese aparente conocimiento se basa en nuestra conciencia, nuestra fachada, pero desconocemos por completo nuestras ideas y tendencias más íntimas., desconocemos nuestros procesos inconscientes que, al fin y al cabo, son los que determinan nuestra propia conciencia.
El conocimiento de esta otra parte de nosotros mismos se nos presentó a través del estudio de pacientes donde se tornaba incierta la demarcación del yo frente al mundo exterior. Casos en los que pensamientos, sentimientos y hasta comportamientos son sentidos como extraños para el yo.
Está claro que no seríamos los que somos si no hubiese una organización humana en comunidad, si no existieran las organizaciones sociales y la cultura. La historia del hombre ha sido testigo de una importante evolución desde nuestros orígenes, también lo ha sido nuestra organización psíquica para poder adaptarse a esa vida en comunidad.
¿Por qué y para qué la vida en comunidad? No cabe duda de que de no ser así no se habrían producido las importantes producciones humanas: ciencia, arte, religión. De no haber sido así, seguramente hoy no existiríamos porque el débil ser humano frente a la naturaleza hubiera perecido de no haber unido sus fuerzas a las de otro ser humano. Hubimos de renunciar a ciertas tendencias agresivas hacia el otro, hubimos de renunciar a cierta parte de nuestro egoísmo.
Esto ha sido así, en primer lugar por el poder de la atracción sexual, que impulsaba a los hombres a satisfacer sus instintos con el sexo contrario. Fuerza esta necesaria para la perpetuación de la especie. De ahí nació, de esa tendencia, la primera familia, donde el hombre se aseguraba la satisfacción de sus necesidades eróticas y donde la mujer permanecía junto a él para salvaguardar a su prole.
Si todo hubiese quedado ahí, todo habría sido comida y sexo. Pero existía la ambición, la agresión de unos contra otros, la sublevación de los hijos contra el padre y la imperiosa necesidad de establecer alianzas. Eso fue creando los primeros grupos sociales, más allá de la familia.
Esos pasos de lo individual a lo social, del egoísmo más absoluto a su renuncia para poder obtener algo de los otros, son pasos que el propio individuo debe recorrer en su evolución individual. No obstante, todo lo que una vez ha existido en nuestro psiquismo no puede desaparecer y puede volver a surgir en circunstancias favorables.
La religión ha tenido una importante función en el desarrollo del pensamiento humano, le explica al hombre los enigmas del mundo y le asegura que una providencia guardará su vida, como antaño hacía su propio padre. El hombre no podría soportar pasar de la protección familiar al vacío del mundo, si en él no le esperaran nuevas esperanzas, nuevas fuentes de vínculos humanos.
Está claro que la vida no es fácil nos depara sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Cómo vivir sin esperanzas y satisfacciones. Muchos toman el camino de los narcóticos, sustancias que nos hacen insensibles al sufrimiento, no transforman la realidad, pero al menos no la padeces. Otros eligen el camino de las satisfacciones sustitutivas como el arte, el trabajo, que transforman la realidad, pero no hacen desaparecer las fuentes de insatisfacción. Y la distracción, lo que podemos conocer como el ocio, los pasatiempos que nos alivian la tensión psíquica para poder retornar a la dolorosa realidad.
Si vivimos, si existe la cultura, si somos capaces de renunciar a muchas satisfacciones, podríamos preguntarnos cuál es la finalidad de la vida. Se puede decir que es alcanzar la felicidad, es el fin que nos motiva, evitar el sufrimiento y el displacer y, sobre todo, experimentar sensaciones placenteras. En el sentido más estricto, la felicidad surge de la satisfacción de las necesidades. Pero a otro nivel, está claro que la felicidad para cada uno de nosotros es algo diferente, porque nos rige una ideología muy diferente.
Es injusto exigirnos a todos el mismo camino para alcanzar la felicidad, como tampoco todos tenemos las mismas necesidades ni nos satisfacemos de la misma forma. Tomando en cuenta nuestra propia satisfacción, nuestras facultades de felicidad están limitadas desde un principio. Es más fácil experimentar la desgracia que la felicidad.
Para satisfacer nuestros deseos y necesidades, tenemos que interactuar con el mundo exterior, establecer alianzas, comunicarnos, renunciar a otras necesidades que se hacen imposibles de satisfacer en un entorno social.
Este es el precio que pagamos por evolucionar, obtenemos muchas cosas, multiplicamos las posibilidades de satisfacción, pero ya no serán tan poderosas y básicas como lo serían en un mundo primitivo. ¿Se vive peor ahora que antes? ¿La organización actual de las sociedades impide que seamos felices?
Por un lado sí y por otro no. El hambriento era feliz obteniendo alimento, no se planteaba conseguir el amor, tener una casa mejor o darle educación a sus hijos. Hemos conseguido satisfacer las necesidades básicas uniendo nuestros esfuerzos, creando organizaciones sociales, leyes, instituciones. Pero ahora se crean nuevas necesidades y nuevos compromisos.
No todo el mundo puede hacer frente a esos nuevos compromisos, no todo el mundo está dispuesto a pagar su peaje para que el mundo siga adelante, no todo el mundo tiene la misma capacidad para renunciar a sus tendencias más básicas.
No cabe duda de que esa misma evolución se refleja en nuestro aparato psíquico, del más primitivo principio del placer, surge el principio de la realidad que también tiende a la satisfacción, pero teniendo en cuenta el mundo exterior. Podríamos decir: en el momento apropiado y con la persona adecuada. De esta forma el ser humano se puede considerar feliz no sólo por satisfacer sus necesidades, también por escapar a la desgracia y al sufrimiento.
Si bien es cierto que la vida en comunidad nos permite satisfacer nuestros deseos, también nos lo limita. Por ello muchos toman el camino de alejarse de la sociedad. Alejarse del mundo para evitar así todo sufrimiento.
El proceso de sublimación nace en esta evolución del individuo, donde en lugar de obtener la satisfacción básica e inmediata de nuestras tendencias, lo que a veces puede ocasionarnos inadaptación social o castigo, el sujeto puede emprender otro camino, poner su energía en un proceso social, ya sea el arte, el trabajo, la ciencia, para obtener satisfacción indirecta, satisfacción que repercute a otras personas que se beneficiarán de esa energía transformada.  No todo el mundo tiene la misma capacidad de sublimación, ni todos los deseos pueden seguir este camino. Hay cierta parte de la energía sexual que sólo puede satisfacerse sexualmente.
Hay, por ejemplo, quien pone todas sus aspiraciones de felicidad en el amor, amar y ser amado, sin embargo esta elección entraña graves riesgos, porque jamás se está tan a merced del sufrimiento como cuando amamos, jamás somos tan infelices como cuando hemos perdido a nuestro objeto amado. Aquellos que esperan de la mor la solución a todos sus males,  no sólo perderán ese amor, sino que serán víctimas de un doble sufrimiento, el que antes tenían y el producido por la ruptura amorosa.
Ninguna regla vale para todos, cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz, pero ya la sabiduría nos dice no hacer depender toda nuestra satisfacción de una misma fuente.
Quien viene al mundo con una constitución pulsional particularmente desfavorable a estas condiciones de la vida, difícilmente hallará la felicidad en su entorno. La salida que le queda es la neurosis. Cae en la neurosis porque no soporta la frustración que le genera la vida en sociedad. La dominación sobre el nuestro inconsciente no puede exceder determinados límites. SI LAS EXIGENCIAS DE LA CULTURA LO SOBREPASAN, SE PRODUCE EN EL INDIVIDUO UNA REBELIÓN O UNA NEUROSIS, O SE LE HACE INFELIZ.
Hemos de enorgullecernos de las modificaciones que el ser humano ha realizado en la naturaleza para que podamos tener la vida que tenemos, aunque es cierto que muchos han sido los costes. Por ejemplo, las catástrofes medioambientales, las guerras y conflictos, pero sobre todo, los costes humanos. Para muchos esta evolución no supone mayor nivel de felicidad porque no tienen los medios a su alcance para obtener la satisfacción de sus necesidades y deseos. Porque no todos podemos hacer las mismas renuncias, porque no todos pueden pensar el futuro y muchos sólo saben pensar en las satisfacciones inmediatas.
La felicidad es algo totalmente subjetivo que no depende  de las satisfacciones materiales. La cultura no está en contra de nuestra felicidad, se establece para protegernos de la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí.  Gracias a la cultura el hombre ha llegado casi a convertirse en un Dios.
Si la naturaleza humana fuera bondadosa, altruista, social, no sería necesaria la cultura para regularnos. Nuestra naturaleza manifiesta más bien una tendencia natural al descuido, a la irregularidad y a la informalidad, siendo necesarios arduos esfuerzos para conseguir encaminar estas tendencias. El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. La agresividad forma parte de nosotros así como la tendencia a utilizar a los demás, querer dominarlos, aprovecharnos de ellos. La existencia de tales tendencias agresivas es el factor que perturba nuestra relación con los semejantes, imponiendo a la cultura tal despliegue de preceptos. Las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales. Es a través de los arduos esfuerzos de la educación y las instancias sociales que podemos mantener a raya estas tendencias antisociales. La sustitución del poderío individual por el de la comunidad representa el paso decisivo hacia la cultura. Los miembros de la comunidad restringen sus posibilidades de satisfacción  en pos de una justicia común, para todos. Justicia que pierde fuerza cuando se vicia a favor de los poderosos.
Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad. En efecto, el hombre primitivo estaba menos agobiado. EL HOMBRE CIVILIZADO HA TROCADO UNA PARTE DE POSIBLE FELICIDAD POR UNA PARTE DE SEGURIDAD.
Es el «miedo a la pérdida del amor» lo que permite nuestras renuncias en pos de la cultura. Cuando el hombre pierde el amor del prójimo, de quien depende, pierde con ello su protección frente a muchos peligros, y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo, más poderoso que él, le demuestre su superioridad en forma de castigo.
Una de las principales finalidades de la cultura es la aglutinación de los hombres en grandes unidades; pero la familia no está dispuesta a renunciar al individuo. Cuanto más íntimos sean los vínculos entre los miembros de la familia, más difícil les resultará ingresar en las esferas sociales más vastas. El desprendimiento de la familia llega a ser para todo adolescente una tarea cuya solución muchas veces le es facilitada por la sociedad mediante los ritos de pubertad y de iniciación.
La primera fase cultural, la del totemismo, trae consigo la prohibición de elegir un objeto incestuoso, quizá la más cruenta mutilación que haya sufrido la vida amorosa del hombre. El tabú, la ley y las costumbres han de establecer nuevas limitaciones que afectarán tanto al hombre como a la mujer. Si hablamos antes de sublimación, la cultura se ve obligada a sustraer a la sexualidad gran parte de la energía psíquica que necesita para su propio consumo. La elección de objeto sexual queda restringida en el individuo sexualmente maduro al sexo contrario, y la mayor parte de las satisfacciones son prohibidas como perversiones. . La cultura actual nos da claramente a entender que sólo está dispuesta a tolerar las relaciones sexuales basadas en la unión única e indisoluble entre un hombre y una mujer, sin admitir la sexualidad como fuente de placer en sí, aceptándola tan sólo como instrumento de reproducción humana que hasta ahora no ha podido ser sustituido.
La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en estas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia. 

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